COLOR SOBRE COLOR
Artistes per la Natura XIV Edició Premi Cavanilles Gener 2008
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Crepúsculo silencioso. 2007
Acrílico s/madera, 40x40cm.
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El
paisaje del color
“Si me piden que defina a Gonzalo Suárez,
diré que no sé”, escribe Joaquín Jordá en su prólogo a una reedición de la
primera novela del escritor y cineasta, De
cuerpo presente. La ocasión de escribir sobre la pintura última de Carmen Romeu
podría inspirar una reacción igualmente bartlebiana: si me piden que… diré que
no sé, aunque puedo intentarlo, fracasando, con toda probabilidad, en el
intento de fijar la esquiva naturaleza de una pintura a caballo entre distintos
momentos del arte reciente. Y con un discurso refugiado en las reglas del juego
privado.
Si a finales de los 70 ya se hallaban
consolidadas y definidas las nuevas propuestas que responden al rótulo de arte contemporáneo, desde los primeros
años 80 se dio un auge de los valores tradicionales de la pintura. Ese
reencuentro con el pasado -el color, el soporte de siempre, la
bidimensionalidad- revivía y revitalizaba un concepto preexistente, devenido
nuevo por la actitud que le confiere el tiempo y la perspectiva histórica. Simultanear
códigos dramáticos, quizá como metáfora de las heridas abiertas, con el nuevo
empleo del color caracteriza desde entonces el deseo de volver a un ámbito
“seguro”. Es una proclamación de la necesidad de sensaciones visuales y
táctiles que permitan establecer de modo más visceral nuestra relación con el
mundo. Así ocurre en el caso de Carmen Romeu, en el que cabría aludir a la
recuperación del placer de la factura y también de la imagen. Un retorno a lo figurable -el término es de María de
Corral- que recupera todo lo que sea posible representar mediante signos
reconocibles y abstractos, y a los que añade un sentido poético.
Quizá haya sido Tiziano el artista que dio
sentido a la expresión “pintor viejo” como equivalente al anciano que sigue
accediendo cada día al taller excitado, convencido y nervioso, pero sabio. En casos como el suyo es la
manera de trabajar, el lento insistir sobre una idea, lo que lo convierte en sabio y viejo, mientras que en otros casos lo es la agilidad resolutiva.
Carmen Romeu, pintora, dista mucho de ser vieja y trabaja el acercamiento a la
sabiduría del oficio con insistencia en la idea de paisaje, ganando, cuando no
agilidad, dosis de lucidez resolutiva. Sus procesos de exploración y
experimentación en las distintas fases recorridas por su trabajo pictórico la
han enfrentado a esa dualidad compuesta por miedo y apremio que asalta a todo
creador ante el lienzo en blanco. Tienta, palpa, tantea, traza formas y
espacios que se convertirán en apuntes. Conservando siempre memoria del proceso
creativo en el estudio. Joan Miró, refiriéndose al sentimiento de horror vacui que con tanta frecuencia
asalta al creador cuando va a dar comienzo una nueva obra, confesaba su
costumbre de guardar soportes que se le manchaban de manera fortuita mientras
trabajaba. Las salpicaduras aleatorias le procuraban una sugerencia, una vía
por donde entrarle a la obra. Carmen Romeu encuentra tal sugerencia en trazos,
esbozos e incluso obras a punto de conclusión, relegadas por un tiempo, sobre
las que reelaborará distribuciones, aligerará empastes y optará por definir
notas figurativas. En ocasiones, de un modo más premeditado, sistematiza lo
accidental, como antes defendiera Francis Bacon. Así, propicia que la química
de la pintura señale veladuras sobre el soporte para conseguir el juego
estético de una trama plástica.
Transitó otras etapas en su hacer: Primero,
con caracteres expresionistas, de
visible gestualidad, donde el apunte figurativo era un trazo rectilíneo de
pincel que insinuaba bosques mediterráneos y naturalezas frondosas. Unos
paisajes de bosques tomados en primer término, en los que las formas se diluyen
en manchas de color o se estructuran en unas ordenaciones que vienen dadas por
ramas y troncos. Después, con un primitivismo matérico, donde predominaban las
masas empastadas que, de los colores verdes y pardos, pasarían a los grumos de
recuerdo telúrico y a los rojo, blanco y negro. Más recientemente llegarían los
ensayos con la presencia humana: fondos de rojo saturado ante los que se recortaba
la figura blanca de formas esquemáticas.
En los últimos tiempos ha regresado a la
abstracción, con elementos figurables
que hacen presente el paisaje, y a un paisaje esquematizado, apenas insinuado
por una línea entre dos campos de color y los formatos apaisados. Ha ganado
control desde la concisión, la afirmación o el apoyo en la arquitectura
compositiva. Afirmando un paciente proceso en el empeño en su propuesta de
entender el arte como una carrera de fondo.
Teniendo como referente la naturaleza
virgen, de evidentes tintes románticos, ha reducido de manera importante el
empleo de la materia pictórica. Ahora ésta aparece licuada, creando veladuras y
transparencias. La pincelada deja de ser perceptible y la luz se abre camino.
Los postulados formales del paisajismo aparecen sin referentes de composición
ni de formas, con colores “alternativos” incluso. Desde cuadros en los que se
contempla un origen primigenio de la naturaleza telúrica hasta otros en los que
un solo elemento, como pueden ser árboles o cañas, guía al ojo en la
construcción del paisaje
El dibujo sin línea abre camino al
protagonismo del color, hasta luces calcinantes, pero también en otro grupo de
cuadros que nos adentran en paisajes lunares y en fondos marinos, casi
monocromos, de tonos cenicientos. Hay tensión en el sentimiento lírico del
color, la belleza de serenidad absoluta o de la fascinación del abismo. Como si
el paisaje de la pintora que nos ocupa, un entorno mediterráneo vivido, se
presentase en parcelas de sensaciones sin dejar de ser un todo; como si las
formas debieran perder sus contornos conocidos para entrar en una libre
combinación de fuerzas que también están en la naturaleza.
Ahora el color es sustento o elemento
constitutivo de la pintura, cuando antes fue a la inversa. Para el ojo humano
no existe el espacio sino su color, a la vez que no existe color alguno que no
engendre su propio espacio. Así, la pintura de Carmen Romeu es asimétrica,
desigual y dispone de los ingredientes formados en un estado de armonía
arquitectónica, y –mientras permanece asimétrica- proporciona, sin embargo, un
espíritu de perfecto balance o equilibrio.
Estamos
ante la obra de quien ha identificado y ha construido sus propios paisajes, que
son sus propias escenografías para la mirada.
José
Ángel Artetxe
Escritor
y Crítico de Arte
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Días de verano. 2007
Acrílico s/madera, 40x40cm.
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Travesía I. 2007
Acrílico s/madera, 40x40cm.
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El laberinto de los paisajes interiores
Un lienzo en blanco, un caballete y la paleta de la sensibilidad
abierta al horizonte de la pintura. La mano, convertida en pincel, y el pincel,
transformado en río, inicia su danza cromática a través de la conciencia. El
viaje se desliza por sendas que buscan un destino que Romeu intuye en la
lejanía, entre la realidad y el sueño, más allá de la experiencia, donde emerge
un universo en el que los colores y las formas fantasean.
Los velos de la memoria le guían en esta aventura. Y el espacio
y la luz se despliegan sinuosamente en este caminar con rumbo al infinito. Sus
pasos toman forma en un tiempo inexistente y los paisajes del alma se abren
para convertirse en arte. Los bosques perdidos renacen inquietantes de fuegos y
misterios, habitados por la sinfonía de una intuición. Los rojos y verdes
galopan por el corazón de sus entrañas rescatando su fuerza milenaria,
exponiendo al mundo su grandeza. Los mares de la nostalgia navegan, ajenos a
tempestades, por la lírica de un oleaje sereno, pausado en ritmo y enérgico en
el recuerdo. En la cúpula celeste, en sus cielos, todo es juego. Los azules se
cobijan bajo pinceladas trazadas por el silencio de la creación, y los rosas,
con sus cuerpos nacarados de caprichos, titilan sus desvelos. Todo lo envuelve
el blanco con su vaho de enigmas indescifrables.
Los paisajes se desnudan por los laberintos de la emoción y la
naturaleza se torna deseo. La retina, si mira dentro del lienzo, se pierde por
una travesía en la que palpita la calma. Y una sueña que es lienzo en blanco,
caballete, y que detrás de ese horizonte amanecido todo habita, todo nace.
Marta Borcha.
Periodista y escritora
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Frío movimiento. 2007
Acrílico s/madera, 40x40cm.
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